El sobrepeso y el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares son algunas de las consecuencias de la ingesta de ‘fast food’. Establecer prácticas alimentarias saludables en la infancia y adolescencia es crucial para la salud del futuro.
En la era de la instantaneidad o del resultado inmediato, la dieta también ha pasado a ser rápida, lo que implica que los alimentos estén procesados y elaborados con conservantes y aditivos que perjudican la salud. Consumir la llamada comida basura favorece la obesidad, que se ha convertido en un grave problema de salud para la infancia. Según las conclusiones del seminario de la Asociación Española de Pediatría del año 2023, titulado Obesidad infantil: la otra pandemia, se trata de la enfermedad crónica no transmisible más frecuente en la infancia y la adolescencia. En este encuentro pediátrico se aportaron datos al respecto: en Europa, un 28% de los menores de entre siete y nueve años tiene exceso de peso y en España, el porcentaje llega al 40,6%.
“El aumento del riesgo de sobrepeso y obesidad se identifica como el principal problema asociado con el consumo frecuente de fast food, pero también aumenta el riesgo de padecer enfermedades como la hipertensión arterial o la diabetes”, afirma Ana Isabel Haddad, dietista y nutricionista. “Durante la infancia y la adolescencia es cuando se afianzan las costumbres, por lo que resulta crucial establecer prácticas alimentarias saludables en estas etapas, ya que esos hábitos terminarán por moldear la salud de estos niños en el futuro”, asegura.
Pero, ¿qué es la comida basura? “Se trata de alimentos que se preparan en poco tiempo y tienen poca calidad nutricional; aportan mucha energía, son pobres en nutrientes, ricos en grasas perjudiciales, que son las llamadas saturadas o trans, y tienen azúcares añadidos”, describe Rosaura Leis, coordinadora del Comité de Nutrición y Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría. “En consecuencia, podemos concluir que, en la mayoría de las ocasiones, el término fast food abarca la categoría de comida basura”, matiza Haddad.
Este tipo de alimentación es siempre desaconsejable para los niños, aunque, ocasionalmente, puede tomarse. “Conviene que no sea más de dos veces al mes y siempre y cuando se enseñe la importancia de mantener buenos hábitos alimentarios. Una alternativa es preparar en casa platos fuera de la rutina, como hamburguesas, pizzas o patatas, utilizando ingredientes de calidad”, aconseja la también pediatra Rosaura Leis. La postura de los progenitores frente a la dieta basura pasa por educar a sus hijos sobre la importancia para la salud de tener una alimentación equilibrada. “La comida no debe percibirse como un castigo o un premio, sino como una necesidad fundamental para el bienestar, para así fomentar hábitos alimentarios saludables desde una edad temprana”, añade Leis, también experta en nutrición infantil.
Conviene enseñar a los niños a relacionarse con los alimentos que se consideran sanos y perjudiciales para la salud, porque están a su alcance. “Hay que recordarles que no hay comida buena o mala y tener en cuenta que las restricciones pueden ser perjudiciales, porque el niño se puede obsesionar con la comida que se le prohíbe”, advierte por su parte Laura Lorente, nutricionista del Instituto Centta, una clínica de psicología que apuesta por la formación de sus psicoterapeutas y la investigación científica avalada. Lorente añade más pautas para educar a los niños en el terreno nutricional con el fin de prevenir malos hábitos que impliquen el consumo de comida basura:
- Evitar comer rápido, ya que puede ser una señal de ansiedad asociada a momentos de picoteo, que además puede provocar culpa después. Una manera de conseguirlo es colocar el cubierto en la mesa tras cada bocado para dejar unos segundos antes de coger más comida.
- Cuidar el momento de comer con detalles como sentarse bien en la silla, usar los cubiertos, comer siempre en el mismo lugar de la casa y no hacer otra cosa mientras, como usar el móvil.
- Procurar comer en familia, porque no se trata solo de una actividad fisiológica, sino también social y placentera.
- Preparar comida en casa con ingredientes de calidad, como una actividad lúdica en familia, por ejemplo una pizza vegetariana.
“Hay que normalizar la existencia de la comida basura, pero no integrarla en la rutina alimentaria, aunque si el niño quiere comerla alguna vez conviene no negárselo, para así huir de la prohibición y la culpabilidad”, continúa Llorente. Esta experta explica también a qué no se debe asociar este tipo de comida: “Por ejemplo, en situaciones en las que hay un buen comportamiento, porque se acaba por vincular este tipo de alimentos con cosas positivas y a determinados estados emocionales, como la euforia”. Una vida saludable fluye con las circunstancias diarias. “Conviene huir de la intolerancia a la hora de que el niño pueda comer alimentos que le apetecen, como en los cumpleaños de sus amigos, porque lo sano va más allá del control del peso, la comida o el ejercicio”, argumenta la psicóloga.
¿Es adictiva la comida rápida?
Existe controversia sobre el hecho de que la comida basura cree adicción en quien la consume. “Hasta el momento, no contamos con una evidencia concluyente que respalde la noción de que las sustancias presentes en productos de comida rápida posean efectos adictivos, es decir, que generen dependencia física o psicológica”, explica la experta en nutrición Ana Isabel Haddad, que asocia la compulsión del consumo de este tipo de dieta con otros factores: “Patrones alimenticios poco saludables y hábitos que resultan difíciles de modificar, como la rapidez y la facilidad de su preparación”. No obstante, se ha constatado cierto grado de deseo por consumir este tipo de dieta debido a varias causas: “Contienen mucho azúcar y no suelen saciar mucho, lo que aumenta las ganas de comer más. Esto es extrapolable no solo a los alimentos sólidos, sino también a las bebidas azucaradas, como los zumos”, asegura la pediatra Rosaura Leis, que también aconseja evitar ciertos modos de preparar la comida, como la fritura, y optar por la cocción y la plancha.
Fuente: El País